Antonio Lara Pozuelo
Ayer al anochecer, cuando estábamos reunidos en la Plaza de Andalucía en un interminable regalo de saludos y abrazos, me vinieron a la mente algunas nostálgicas letras de los tangos de Carlos Gardel, como por ejemplo aquella que empieza así: “(Adiós) Hola muchachos compañeros de mi vida / barra querida de aquellos tiempos… // Acuden a mi mente / recuerdos de otros tiempos / de los buenos momentos / que antaño disfruté, etc.….
Pero enseguida se impuso, porque parecía estar más en concordancia con lo que estábamos viviendo, la letra de aquel otro tango que da nombre a la excelente película de Almodóvar, titulada ‘Volver’:
“Volver / con la frente marchita, / las nieves del tiempo / platearon mi sien. / Sentir / que es un soplo la vida; / que (20) 50 años no es nada / que febril la mirada / errante en las sombras / te busca y te nombra… / Vivir / con el alma aferrada / a un dulce recuerdo / que lloro otra vez./ […]. Y aunque el olvido / que todo destruye / haya borrado mi vieja ilusión, / guardo escondida / una esperanza humilde / que es toda la fortuna / de mi corazón. / Volver…
Buenos días a todos ustedes, señoras y señores, buenos días a todo vosotros, queridos amigos y compañeros. Tras este pequeño y nostálgico preámbulo quisiera deciros que la fiesta y celebración a la que hoy asistimos es mucho más que una mera reunión de antiguos amigos y compañeros que convivieron aquí en este recinto de la Safa durante la segunda mitad del siglo XX. Este sábado 11 de mayo de 2013 será un día grande e inolvidable para nosotros porque en él van o concurrir dos acontecimientos que hasta ahora no se habían producido en la larga e ilustre historia de la Safa.
En primer lugar, estamos participando y contribuyendo al Acto Fundacional del Día del Antiguo Alumno de la Safa.
Y en segundo lugar, y para satisfacción y regocijo de todos, hoy asistimos a la unión de dos grupos de ex alumnos safistas que hasta ahora habían vivido disociados y que se observaban con el rabillo del ojo a pesar de que su procedencia, raíz y manero eran los mismos: ser hijos del pueblo andaluz de la postguerra. Dos grupos que, expresados mediante un vocabulario más o menos bromista que aún pervive, eran como dos tribus rivales:
—Una era la de los Comanches-Profesionales. Tribu que agrupaba a aquellos aguerridos y belicosos combatientes de artefactos, máquinas y alambiques. Eran muchachos de un ingenio robusto e inexpugnable frente al reto de las ciencias prácticas
—La otra tribu era la de los rostropálidos de Magisterio. Un grupo de estudiantes descoloridos y blanquecinos, casi cadavéricos, a fuerza de luchar con libros hasta altas horas de la noche. Ellos vestían pantalón y camisa, empobrecidos pero dignos. Sabían de grandes filósofos, de historiadores y geógrafos, de gramáticos y literatos. Pero se morían de frío en la mítica Siberia porque no atinaban a hacer funcionar un elemental calefactor.
Los otros, los Comanches, vestían mono azul o bata blanca de operario; aprendían a poner en marcha un motor, una turbina y, naturalmente, conocían el elemental ajuste de una estufilla hecha con una caja de madera y una febril resistencia eléctrica.
Los de Magisterio terminaron sus estudios siendo graduados de la ciencia erudita.
Los Profesionales acabaron su formación siendo oficiales y maestros de la ciencia técnica.
Pero allá por las décadas de los años 50/60, a ambos grupos nos unían el deporte y los sabañones en invierno; nos unían las obligadas celebraciones de la misa diaria y del rosario de la aurora en primavera; nos aunaban la alegría de las raras excursiones y la perspectiva de un ‘pelar la pava’ dominguero; nos unían la nostalgia de la familia y el regalo de las vacaciones veraniegas…
Y a veces también nos unió (porqué no decirlo), si no el hambre, por lo menos las persistentes ganas de comer.
Y a lo largo de los años, casi sin darnos cuenta, unos y otros fuimos mezclando los amigos del pueblo con los compañeros de la Safa. Y en cierto sentido también nuestra familia se fue prolongando en la familia de la Safa.
Y cuando a unos y a otros nos llegó la hora de volar y hacer frente a aquella realidad que se perfilaba del otro lado del recinto, unos y otros supimos sacar fuerzas de lo aprendido en la Safa.
Y si hoy estamos aquí, en Úbeda, en la Sagrada Familia de Úbeda, tan diferente ya pero tan reconocible y nuestra, es porque en este atardecer de nuestra vida tenemos la sensación de haber retornado al sitio que durante un muchos años fue nuestro hogar; como también tenemos la corazonada de que hemos regresado a la fuente donde perviven y afloran de pronto recuerdos y emociones de nuestra adolescencia y juventud: las dos etapas más entusiastas de nuestra existencia.
Hoy, queridos amigos y compañeros, nuestra piel ya se ha arrugado, nuestros ojos ya no ven claramente en la distancia, nuestra mente flaquea y nuestro caminar está acercándose a la meta. Es cierto. Pero el corazón nos dice que aquella capacidad de entusiasmo y aquella nuestra juvenil inclinación a la alegría siguen vibrando cabales e indemnes. La mejor prueba de ello es que estamos aquí porque tenemos el empuje, la ilusión y la confianza de que estamos construyendo un día grande: El Día del Antiguo Alumno de la Safa sin distinción de categorías ni denominaciones.
Enhorabuena a todos. Y para terminar, quisiera expresar un amistoso y fraternal recuerdo a aquellos compañeros que no han podido venir, y sobre todo, a la memoria de aquellos que se nos fueron para siempre.
Muchas gracias.

Por Antonio Lara Pozuelo

Antonio Lara Pozuelo es oriundo de Villanueva de Córdoba. Estudia Magisterio en la SAFA de Úbeda. Después de cursar estudios en la universidad de Fribourg (Suiza), se doctora por la misma con una tesis sobre la poesía de Federico García Lorca. Desde 1975 hasta 2008 fue el primer catedrático de literatura española de la Universidad de Lausanne, de cuya facultad de Letras sigue siendo profesor honoris causa.

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